El dato se dio a conocer esta semana y estremeció, causó dolor e impotencia. En la previa a la celebración del Día del Niño, un informe publicado por Unicef hizo saber que un millón y medio de chicos que habitan este suelo se ven obligados a omitir alguna comida a diario, y que un millón de ellos se acuesta sin cenar.
El mismo estudio reveló que 10 millones de niños en Argentina consumen menos carnes y lácteos por falta de recursos económicos de sus familias para poder acceder a ellos, y que en la mayoría de los hogares en los que viven menores de edad no se alcanzan a cubrir los gastos básicos de alimentación, salud y educación.
En tanto, según las últimas cifras del INDEC, la pobreza a nivel nacional alcanzó en el segundo semestre de 2023 a 19,5 millones de personas, mientras que la indigencia afectaba a 5,6 millones de personas, a la espera de las estadísticas del primer semestre de 2024 que se harán públicas el 26 de septiembre próximo.
Desde hace décadas las dificultades económicas complican cada vez más a los segmentos sociales medios y bajos de todos los puntos cardinales del territorio nacional. Entrado ya el siglo XXI, lamentablemente, la realidad es esta en una Argentina que supo ser potencia hace más de 100 años y a la que muchos llamaron ‘el granero del mundo’ en un pasado que auguraba prosperidad. Que produce alimentos muy por encima del número de habitantes que posee y que invalida, privando de los mismos, el pleno desarrollo y el bienestar de futuras generaciones.
En este contexto despiadado e indignante urge la obligación de los responsables de comandar los destinos de esta Nación de trazar e implementar políticas que tiendan a proteger a los más vulnerables. De proveerlos de las herramientas necesarias para que tengan la oportunidad de sentirse incluidos y valorados como ciudadanos. Con inmediatez.
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