Por Claudia Birello
Para Grupo La Verdad
En agosto de 1963, recorrió algunas de las estancias más conocidas y el trabajo de las empresas ligadas a la producción agropecuaria. Maipú Vieja, la estancia de Don Gustavo Frederking y el trabajo de los vaqueros, resaltaban entre las más diversas labores del campo.
MAIPÚ VIEJA
Poco después de la mitad del siglo anterior, Don Gustavo Frederking, un pionero de la actividad rural en esta zona, comenzaba una tarea colonizadora de la mayor envergadura, con la adquisición de las tierras en que levantaría la estancia “Mar Chiquita”, hoy Santa Ana, del Viel Temperley. Fue el establecimiento madre de otros que nacieron tiempo después en las cercanías de Junín, como La Adela, Maipú Nueva y Maipú Vieja, adentrada ésta en el historial de la zona y hacia la que nos dirigimos buscando un motivo para acercar al lector a lo que son “las estancias nuestras”.
El camino es muy conocido. Tomamos la ruta a Agustín Roca y luego a la izquierda el camino a Maipú, en el que a uno y otro lado se brinda el trabajo chacarero de familias tradicionales.
Pasando el “Boliche Bellome” viramos a la derecha y nos internamos por un sendero vecinal que nos conduce a la Estancia.
“El patrón no está. Los esperaba más temprano y salió a recorrer a los colonos” nos informa una señora del personal de servicio. “Pero me dijo que los invitara a pasar”.
Aprovechamos el tiempo tomando varias fotografías del casco de la estancia, donde se esboza un estilo colonial, tocado de sobriedad. Frente a él, el amplio parque con algunos árboles abatidos por el reciente temporal y una capillita que tiene su historia.
Múltiples habitaciones y un gran hall con chimenea en la que al caer la tarde, la activa y simpática doméstica hace vivir el chisporroteo de dos troncos, “porque si cuando don Alex regresa no encuentra fuego, se me va a enojar…” Nos abrevia la espera con su amabilidad al brindarnos café y una bebida para entonarnos.
Ya la noche se nos venía encima cuando apareció el patrón, Don Alejandro de la Bouillerie, acogedor y expansivo, generoso y cordial.
No nos fue posible acudir al reportaje. Su espontaneidad nos hizo dejar de lado las preguntas de rigor, y comenzó a correr una charla amical que se prolongó bastante más de lo previsto. La enorme casona que hasta entonces se nos había ocurrido demasiado vacía, se fue llenando con la presencia de este hombre de vida intensa, que nos habla de sus viajes a Francia como de sus inquietudes sociales, de sus acontecimientos íntimos como de las memorias que llegaron a él en el relato familiar, de los tiempos de su emprendedor abuelo.
La edificación de la estancia, posiblemente date de 1881. En el año 1944 un ciclón dio por tierra con una parte vieja de la edificación, en uno de cuyos ladrillos se halló esa fecha.
Por aquí y allá se matizaba la charla con recuerdos de la última guerra que Don Alejandro de la Bouillerie revive con singular gracejo.
Yo tenía 20 años, había concluido el servicio militar. Mi abuelo había hecho la guerra y también mi padre. Yo hubiera sentido una frustración si no hubiera tenido una guerra para mí. Fue así que al desatarse el conflicto, viajé a enrolarme junto con mi hermano.
Y comienza el infierno de una visión dantesca. El trabajo del soldado y su vida oscura. No, que no haya más guerra…
Nos llama la atención que un hombre de la posición de nuestro interlocutor hubiera afrontado voluntariamente esos azares y se lo hacemos saber con esta pregunta.
-Pero usted, ¿Se enganchó de soldado raso?..
– Y qué cree usted. Que uno se engancha de general?, fue la respuesta.
Esa capilla que ustedes vieron tiene su historia, nos dice más adelante. Fue un voto de mi madre, que durante la guerra prometió a Santa teresita que si nosotros dos regresábamos vivos, levantaría una capilla en su honor en la estancia. Y la hicimos nosotros, con nuestras propias manos. Todo menos el arco del frente, porque el que hicimos nosotros se cayó con el viento. No eramos muy buenos albañiles… Al acto de la inauguración vinieron Monseñor Serafini y el Padre Tortolo. Yo soy muy amigo de Mons. Tórtolo, hace poco lo fui a ver.
La noche avanza y el trabajo nos espera. Se nos hace duro apartarnos de un momento tan cordial y en el que nos brindaron tan acogedor agasajo. Esas horas que Don Alejandro de la Boullerie llenó con su gracia espontánea, que frustró nuestra intención de reporteros, pero dejó en nosotros el gratísimo recuerdo de la generosa y abierta hospitalidad de una estancia que es un poco de la historia de Junín en la que Don Gustavo Frederking fue un pionero recostado sobre el desierto y en la que su nieto prolonga el culto a las virtudes nobles que hicieron a la grandeza de la Patria.
El apuro del regreso, nos impidió saludar a la cocinera que tan bien nos había tratado. Salvar esta omisión y reparar la frustración del reportaje preparado y que quedó postergado por el aluvión de cordialidad de Don Alejandro nos dará pretexto para llegarnos de nuevo en cualquier momento a Maipú Vieja.
LOS VAQUEROS
Con los comienzos de la patria misma, apenas pusieron el pie en estas tierras los padres conquistadores, nació el oficio de vaquero, que atrajo poderosamente a los hijos del país, Quizás por ser eventual y un tanto aventurero, con lo que satisfacían la atracción de la vida azarosa y de la vida ociosa, heredada de aquellos.
Las históricas vaquerías en que el gauchaje salía a campear ganado cimarrón para cobrar el cuero y el sebo, ya no se da en nuestros días, pero herederos de esos vaqueros son sin dudas nuestros arrieros, los que quedan, aquellos que han sobrevivido al empuje del ferrocarril y del camión jaula, que tendrá o no tendrá sus ventajas, pero que no es tan nuestro.
Pero de vez en cuando se dan todavía estas verdaderas fiestas de nuestros hombres de campo, que son los grandes arreos.
Uno singularmente atractivo se realizó en nuestra zona cuando más de 1.200 cabezas fueron arreadas desde la Estancia La Brava de Doña Sara Estrugamou de Hardoy, a l que fue la estancia “Las Pepitas” de Blaquier, actualmente La Mansa, de la misma propietaria mencionada en primer término.
Salimos al camino a alcanzar la tropa en un atardecer y la hallamos en la cercanía del Puente Morote, donde los arrieros se disponían a hacer noche.
No había corral lo suficientemente grande y hubo necesidad de desviar la tropa a un callejón y rondar toda la noche. Al caer la tarde la hacienda había tomado agua, que la había en abundancia en las cunetas, de los alrededores.
Un carro con los implementos de los troperos precedía a la inmensa columna de vacunos y acampados que hubieron, rápidamente ardió el fuego, rondó el mate y comenzó a dorarse un asado. Se hizo rueda y comenzaron los cuentos y los dichos, tan propios de nuestros hombres de campo, porque nuestro gaucho es por naturaleza expansivo y conversador, y a despacho de su apariencia un tanto tosca, guarda un tesoro de ciencia de la vida que se ha transportado de padres a hijos, por ese medio: la conversación, el dicho refranero.
Don Luciano Becerra, Don Lucho, con más de 70 años a cuestas, galopa como un mozo rumbo a un boliche cercano, acompañado de Neculpán, figura salida de la historia lugareña y Don Luis Román Torales, “el capataz”, está en todos los detalles, tratando que no falte nada para los muchachos.
Mudan los caballos y ya están todos dispuestos para ir dando cuenta del asado, cuando la noche va tendiendo sobre su mano, la cercana luna y la verde pampa se va poblando de sonoro silencio apenas turbado de vez en cuando por el raudo paso de algún vehículo que por la ruta vecina lanza sus haces de luz dando cuenta de la cercanía de la ciudad.
Damos la espalda a la ruta y nos quedamos en la rueda, escuchando el decir pausado de esta gente, para las que la tarea del tropero, más que un trabajo parece una diversión.
Bien montados, bien provistos, siempre dispuestos al trabajo, no cabe duda de la atracción que sobre ellos ejerce la vida del tropero, azarosa y eventual, como la de los antiguos vaqueros.
La noche, aunque algo fría, es soportable, comienzan a tenderse los recados donde algunos cabecearán un sueñito mientras los otros rondan.
Porque hay un gran sentido de responsabilidad en estos hombres que transportan una riqueza con celo ejemplar. Otras noches no son tan acogedoras, y uno cuenta de un traslado que tuvieron hace años en que debieron soportar 22 heladas seguidas. Otro recuerda noches de tormenta con una pertinaz llovizna que soportar a campo. Y cuando los arreos se hacen en verano, de día la hacienda es mantenida a la sombra, caminando de noche.
Miramos los rostros de estos a quienes todavía no espantó el ferrocarril y pensamos que no hay derecho a que no se los conozca y se los valore.
Porque son los mismos que abrieron cancha a la civilización en el 1700 y a la Patria en el 1800, los que en este 1963 arrean por los caminos en desborde de varonil rigor y de alegre camaradería, la riqueza ganadera, generosos, curtidos, nobles hijos de una raza de la que son los últimos exponentes. Son los Luciano Becerra, los Luis Torales, los Coria, los Molina, los Neculpán. ¿Dónde está la Argentina sino en estos que fueron sus forjadores?.
Esta cita con una gran tropa, nos reconcilió un poco con la vida ya que nos saca de entre los papeles y de los problemas de la política y del fútbol y del cine y del taller, y nos hace alentar la esperanza de que mientras sigan estos por el camino, la Patria tendrá futuro. ¡Que no se terminen!!.
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