Por Sebastián M Riglos (*)
No escapa al conocimiento de nadie en este país que el kirchnerismo ha resultado ser, hoy, una suerte de plafón o maquinaria electoral que gravita en el poder desde hace varios años.
También, algunos comunicadores sociales o referentes lo han denominado como una categoría ideológica, pero esto último no merece mayor comentario, dada la pobreza doctrinaria de tal afirmación y la escasa altura intelectual del interlocutor que así lo denomina.
Nos interesa, en estas líneas, hablar del ascenso al poder de aquellos cuadros políticos formados en la Juventud Peronista, con simpatías hacia la izquierda montonera, que supieron converger en los años 90 bajo la conducción de Carlos Saúl Menem. Luego, el pragmatismo de Eduardo Duhalde durante la salida de la crisis económica e institucional de 2001 fue clave, ya que condujo el proceso de normalización de la vida democrática.
Desde 2003 hasta 2015, la familia Kirchner —con aciertos y errores, aprobación y rechazo— detentó el poder político y gubernamental del país. Y desde aquel ascenso hasta la fecha, ha polarizado y disputado la hegemonía en los escenarios políticos en cada decisión importante para la vida institucional y económica del Estado.
Ahora bien, ¿qué pasó desde aquel pragmatismo, vestido de mística militante, hasta hoy?
Una respuesta válida sería sincerar que aquí no hay un problema de conducción ideológica o moral del movimiento, sino más bien la monopolización de la confección de listas. En criollo básico: el uso de la lapicera.
Lo curioso de este proceso es que La Libertad Avanza parece mirarse en el mismo espejo. Este movimiento político, compuesto por dirigentes y actores de orígenes heterodoxos (Radicales, pro, ex filo peronistas y hasta progresistas) que irrumpe de forma disruptiva en la política nacional, plantea paradigmas que aún no han sorteado la más mínima comprobación empírica. Sin embargo, incurre en los viejos y ya arraigados vicios de la política tradicional.
La velocidad de su ascenso es proporcional a la velocidad de su disgregación. Con una dinámica centrífuga, no deja de arrojar funcionarios y adherentes hacia afuera, producto de la tensa relación entre sus más altos dirigentes. Al igual que el Kirchnerismo en la última década u media.
En fin, lo que antes conocimos como militancia pragmática, hoy se desplaza hacia una teocratización del líder sacramentado, al menos mientras conserve los votos… o la billetera.
(*) Abogado – consultor
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