Nos reunimos en esta cuadragésima Semana Social, esta vez en la Ciudad de Buenos Aires, bajo el lema “La Dignidad Humana y el Desarrollo Integral” en un tiempo muy especial de nuestra patria, con el desafío de “organizar la esperanza”.
Analizamos que la vigencia plena de los derechos sociales es indispensable para ver la realización de la dignidad en todos los habitantes de nuestra tierra y con ellos, esencialmente, el universo del trabajo y la producción, el acceso a la tierra y sus bienes.
Recordamos que una sociedad justa es aquella que respeta y promueve la dignidad de todas las personas, y que la iglesia tiene la responsabilidad de ser una voz profética que denuncie las situaciones que la vulneran, como la pobreza, la exclusión, la explotación.
Tenemos presente que para la construcción de ese bien colectivo es necesaria la equidad distributiva como herramienta central para la construcción de la paz social y que el logro del equilibrio social y ecológico debe realizarse a partir de los equilibrios macroeconómicos, pero que debe ser el resultado del trabajo digno, en una economía con desarrollo e inclusión, con un modelo que debe anteponer la producción a la especulación, la distribución a la concentración y el acaparamiento, el bien común a la rentabilidad sectorial.
Escuchamos a lo largo de las dos jornadas un duro análisis de la crisis que atravesamos actualmente, con una alta inflación con estancamiento económico y alto desempleo e informalidad, y con una descomposición política que también es parte y causa de la misma.
Analizamos con preocupación una oscilación pendular de políticas económicas desde la recuperación de la democracia que no han logrado satisfacer la plena dignidad humana hasta ahora, sabiendo que democracia y derechos humanos son valores indivisibles. También insistentemente escuchamos la necesidad de un Estado presente, renunciando a la autonomía absoluta del mercado para la recuperación sostenible y a largo plazo. Un estado que debe tener tamaño adecuado y ordenado pero que no puede desentenderse de los roles esenciales, como la educación pública.
Escuchamos con dolor las cifras de la pobreza y la exclusión, tanto como del aumento del narcotráfico, de la inseguridad, la grave y preocupante baja de los índices de vacunación, la mayor penetración de las enfermedades en los barrios más pobres. Vimos que es necesario fortalecer las políticas de integración socio urbana que cuiden y preserven a los más pobres para que no siga creciendo exponencialmente entre nuestros sectores más humildes el narcotráfico, la prostitución infantil, la trata de personas, la violencia brutal en los barrios y todas las formas de criminalidad organizada.
Recordamos que son necesarias políticas buenas, estables, racionales y equitativas que afiancen la Justicia Social para que todos tengan tierra, techo, trabajo, un salario justo y los derechos sociales adecuados, para impedir la proliferación del descarte material y el descarte humano que va dejando a su paso violencia y desolación. Como sociedad hemos perdido la confianza en las instituciones, y con ello la capacidad del diálogo, aumentando la judicialización de los conflictos.
Una y otra vez recordamos la necesidad de un dialogo social, indispensable para la construcción de esas políticas a largo plazo, que salgan de la mirada corta en términos electorales; advirtiendo también que nuestro entramado social está dividido, con lenguajes distintos, que dificultan el diálogo; que por ello debemos fortalecer la escucha, aprender a escucharnos con humildad y esperanza, poder sumar las fuerzas en la diversidad.
Compartimos que como argentinos debemos hacer un pedido de perdón, cada uno en la extensión de su responsabilidad, para así animarnos a la construcción del diálogo entre todos, sin dejar nadie afuera.
Debemos recuperar el sentido de comunidad, superando los individualismos, fortaleciendo la organización comunitaria, las experiencias de salvación comunitaria, sabiendo que la realidad debe transformarse a diario en cada lugar del territorio.
Nos interpelaron particularmente los jóvenes con su mirada de esperanza, sus propuestas, anhelos y sueños, convocándonos para hacer efectivo ese amor social en nuestra vida cotidiana, desde la construcción territorial, porque esos valores universales crecen desde las raíces de nuestro pueblo, desde su propia belleza que aporta un nuevo plano al poliedro maravilloso de la familia humana y la casa común.
Pedimos junto a la Virgen Reina de la Paz, que nos conceda la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda, para que sigamos diciendo Argentina! Canta y camina!
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